Historias de Bucarest

viernes, 29 de junio de 2007

Fotos de familia


Con Maxim, en el tejado de la Facultad de Letras



Con Constantin, en Sinaia.

jueves, 28 de junio de 2007

Campos de Rumania




Camino de Sinaia, en coche. Inmensas llanuras amarillas. Fábricas casi abandonadas y viejas centrales térmicas. La sequedad del invierno rumano. En la calzada, casi cada dos kilómetros, hombres reparando sus viejos Dacias, que caen como moscas, de puro viejos, por todas las carreteras rumanas. Entramos en el valle de Prahova. Montañas, vegetación verde, oscura, fresquísima. Subiendo a la cota 1400 una cría de oso. Se pasea tranquila por la carretera y de algunos vehículos le hacen fotos. Cuatro días para volver. Lesionado, con un esguince que ni quiero ni puedo respetar: cómo pasar la última semana postrado. Muy feliz y mucho mejor.

sábado, 23 de junio de 2007

El barco zarpa

La comunidad erasmus se marcha de Rumania en desbandada. Se acaba un ciclo, comienza una vida nueva. No es una vuelta a la normalidad, al menos para mí. No puede serlo después de este año, en el que tanto he aprendido. Todo ha de ser diferente después de las muchas enseñanzas, aunque será complicado mantener este maravilloso tono vital en España: la constelación de circunstancias positivas que se ha dado en este final de curso parece difícil de repetir. Se queda Constantin, que deberá renovar casi entera su lista de contactos. No será tarea fácil encontrarlos de la categoría de los que ha tenido este año, y él lo sabe. Pero tiene a favor su inmensa humanidad y una capacidad para vivir con plenitud al alcance de muy pocos. Está a punto de zarpar el último barco, y se queda vendiendo ultramarinos en la tienda del puerto. Así, con la cinematográfica teatralidad y la desgarradora sinceridad que le caracterizan, acostumbra a decirlo él. Está cansado de Bucarest. Quiere salir de aquí, dejar atrás este ambiente claustrofóbico y mediocre. Él, que es un hombre de Londres. Pero le quedan dos años para el gran negocio. Seguramente con la élite rumana que se queda y la llegada de nuevos erasmus podrá vivir más que razonablemente el año que viene, construir un mundo que vaya más allá de la adoración de los coches, las rubias y el dinero, del fútbol el trabajo y la cerveza, que es lo que se lleva aquí. Pero es difícil tener que empezar de nuevo y angustiosa la sensación de quedarse en un pozo. Aunque se pueda vivir maravillosamente en el pozo.

El espíritu del gitano

Queda una semana para volver y continúo exprimiendo al máximo el espléndido junio. Nuevas fiestas, otras personas, más actividades. La familia está en la cresta de la ola, el espíritu del gitano en pleno apogeo. El espíritu del gitano es una expresión de Constantin, su versión particular del carpe diem. La tomó de un compañero de estudios en Granada que siempre salía con botas negras - esto es lo más importante para las tías, dice que decía - y sacaba fuerzas de donde no las había para montarla cada noche. Rogelio, creo que se llamaba. Ayer celebramos en Piata Leul el cumpleaños de Raluca, visitamos el concierto del instituto francés con dos rumanas subnormales - una por lo menos -, bebimos vino en casa de Marian y bailamos hasta tarde en esa cueva calurosa que es el Revenge. Después pasamos por la terraza de Piter a tomar la última, ya amaneciendo. El lunes Maxim y yo celebraremos nuestra fiesta de despedida en la terraza de Piter, que - he sabido - además de huérfano concienciado con los problemas sociales reparte folletos de bares de putas en el bulevar Magheru. Hoy y mañana toca el festival a orillas del Lago Morii, con Prodigy como banda estrella. Se mantiene y se ha de mantener el espíritu del gitano.

miércoles, 20 de junio de 2007

Regreso, Los Caños, las modernas, el diplomático libanés y Piter

La vibración del teléfono sobre la mesa me ha despertado. Serían más de las diez y la llamada era de un fijo rumano. Era Joaquín Garrigós, director del Instituto Cervantes en Bucarest. Me ha anunciado que quedo fuera del concurso para la plaza de auxiliar administrativo en la institución. He recibido la esperada noticia con cierta tristeza y gran tranquilidad: se acaba la incertidumbre: volveré a España y pasaré el verano en Castellón. Ya sé qué será de mi vida. El detalle de Garrigós ha sido magnífico, una vez más. He leído el periódico en la biblioteca y he comido con Constantin en la pizzería de la Piatsa Romana. La pizza excelente de siempre, la áspera corrección, muy rumana, de la camarera. He dormido la siesta y hemos ido en familia al Jardín Botánico: Constantin, Maxim y yo. Pronto nos hemos aburrido de la abundante vegetación descuidada, y hemos caminado hasta las torres de la central térmica que sobresalen a espaldas del recinto. Una instalación vieja, decadente, casi inutilizable pero aún utilizada. Todo muy comunista. Mientras cortábamos un trozo de cinta amarilla con la inscripción en rumano "Peligro de explosión. No os acerquéis con fuego" cuatro perros sarnosos han saltado de la pequeña valla metálica que delimita la central. Asustados, nos hemos quedado quietos. Los perros ladraban desafiantes. Constantin ha cogido del suelo un tronco por si se acercaban, y Maxim les gritaba que se fueran en francés. Yo me he quedado paralizado, esperando que pasara el momento sin saber muy bien cómo reaccionar. Al final hemos podido volver al Jardín Botánico sin problemas. Una vez en el coche de camino a casa hemos puesto la radio. Sonaba esto. Hemos subido al máximo el volumen y hemos cantado como locos atravesando el barrio de Cotroceni y cruzando el Dâmbovita con las ventanillas bajadas. Cantábamos, nos mirábamos y reíamos, moviendo los brazos al ritmo de la música. Euforia, emoción. Maxim habla español y entendía la letra, pero no cómo podíamos entusiasmarnos con semejante bodrio. Eran los ocho cuando hemos salido a correr. Dos vueltas a la Casa del Pueblo, ante un atardecer espléndido, con el Parque Izvor de fondo. Hemos cenado un bocadillo de salami. En el mesenger estaba Corina, que se va a Chisinau el sábado. Nos veremos mañana por última vez. Me hubiera sabido mal no poder despedirme de ella. Ninguna mujer en Bucarest me gustó tanto. Viva, revoltosa, espontánea, naturalísima. Y de una curiosidad sin límites. Lástima que yo a ella no le gustara tanto, pero hay que saber aceptar las derrotas. Más si no hay la más mínima soberbia o desdén que reprochar. Mañana también es jueves, como aquella magnífica noche, antes de las luminosas pascuas. Recuerdo que en la tele estaba esta canción. Varias veces, en la UTV. Me dijo que le encantaba. A las once habíamos quedado con José en Barfly. Ha sido aburridísimo. El tonto del camarero se ha inmiscuido en la conversación y antes de la una nos hemos ido a casa cansados de su vulgaridad disfrazada. Hacía una noche preciosa, con una brisa agradabilísima, y me he quedado hablando con Constantin en un banco frente al Ateneo Rumano. Hablábamos de la complejidad de la naturaleza humana, de la necesidad de mantener el espíritu que nos ha llevado a vivir este inolvidable mes de junio, después del abismo al que nos asomamos los dos en enero y febrero. Una conversación excepcional. Pasadas las dos han aparecido Maxim y Marian. Venían de la fiesta de cumpleaños del director de AFP, agencia de noticias francesa. Algo bebidos, nos han hablado de los invitados y nos hemos reído con las historias del piso de Marian. Han pasado algunas rubias y Maxim las ha señalado al ya tradicional grito de "Mira, una puta moderna", siempre con fuerte acento francés. Hasta el Ateneo les ha traído un joven y apuesto diplomático libanés a quien me hubiera gustado conocer. Cuando Marian ha dicho no poder más nos hemos ido. Me había despedido de todos cuando desde la terraza de Magheru me ha llamado alguien. Era Piter, el dueño. Me ha invitado a una cerveza y me ha ofrecido el lugar para la próxima fiesta de erasmus. Me ha hablado de su vida. Creció en un orfanato de Alba Iulia, y siempre ha intentado ayudar a los huérfanos desamparados. Le preocupa la gran cantidad de jóvenes que son expulsados a la calle en Rumania por la miseria y el analfabetismo, y culpa a las autoridades de no ofrecerles ninguna salida para evitarlo. Es cantante de un grupo de música ligera, como él mismo dice, y tiene algnas letras dedicadas a los huérfanos. Ha actuado en varios conciertos benéficos, y nunca olvidará dónde creció. En el orfanato de Alba Iulia era compañero de El Vampiro, un vagabundo alcohólico que duerme cerca del portal de Constantin. Constantin le conoce, y cuando se ven se saludan efusivamente. El Vampiro es un hombre inteligente, pero Piter duda de que pueda recuperarse. Con nosotros está Elena, una mujer mayor y tímida que habla poco y modestamente. De la vida de Piter pasamos, de manera atrevida y poco fértil, a la política internacional. Me sorprende en ambos una extraña fascinación por Gorbachov. Él acabó con el muro, repiten una y otra vez. De Ceaucescu no tienen mala opinión: antes se vivía mejor. Me acabo la cerveza y me marcho. Ha sido un día discretamente feliz. Yo diría que inmejorable.

lunes, 18 de junio de 2007

Apuntes

x Constantin hace de entrenador. Maxim y yo somos obedientes discípulos. Corremos en el parque Izvor, a los pies de la Casa del Pueblo, último y costoso delirio de aquella pareja enferma y criminal que fueron Nicolae y Elena Ceausescu. La respiración y los pasos se complementan rítmicamente. El asfalto arde y expulsa todo su calor contra el rostro. Empieza a llover en medio de un sol radiante. La fina lluvia refresca los cuerpos. Una guapa cicilista nos ofrece el espectáculo de sus pechos dos veces por vuelta. Mira y sonríe, tímida y satisfecha de captar la atención.

x En el centro de Magheru, una terraza privilegiada, a la sombra de los árboles. Exclusiva, aristocrática: sólo gitanos y prostitutas la frecuentan. Hay un cumpleaños y han puesto manele. Se oye por todo el bulevar. Bailan y cantan, pausado, sensual, como se baila el manele. Yo lo veo apoyado en una farola, mientras espero a Constantin y Maxim. La música se para y todos comienzan a cantar el Multi Ani Traiasca, el cumpleaños feliz rumano. Andreea, se llama. Sacan una tarta, Andreea sopla las velas, todos aplauden y vuelve el manele. Unos turistas ingleses miran sorprendidos mientras pasan, y una mendiga de la zona a quien han invitado a cerveza les increpa totalmente borracha. Poco más durará la euforia: la policía ha llegado y hay que quitar la música y bajar la voz. La vecina loca y amargada que le toca a cada vecindario.

domingo, 10 de junio de 2007

Gay Parade




El viernes fue el gran concurso internacional de golfas. Excelente ambiente, muchísimo alcohol, gran diversión y bellísimas vistas desde un décimo de Calea Mosilor al amanecer. Salimos a las diez de casa de los franceses, comimos algo en el Everest de Magheru y visitamos a Constantin. A las cinco y media era la Gay Parade, la tercera que se celebra en la capital rumana. En el coche Dance 4 Life, y una lluvia violentísima mientras cruzábamos el Bulevar Bratianu. En la intersección entre Unirii y Traian decenas de camiones de la Jandarmeria, cientos de policías antidisturbios a uno y otro lado de la calzada y un pequeño cuadrado vigilado donde se concentraban una cincuentena de manifestantes progays. Llegó más gente, hasta cuatrocientos dijo la prensa, y comenzó la marcha. Silencio y timidez al principio, luego música y emoción, siempre cierta tensión y algo de miedo. De los últimos pisos del Bulevar Unirii cayeron algunos huevos y curiosos con muy mal aspecto seguían la marcha fuera del cordón policial. A la altura de la Plaza Unirii ya teníamos claro que las máscaras de algunos participantes rumanos no eran un motivo estético. Los camiones de la Jandarmeria separabn la marcha de los contramanifestantes, que se acercaban, supimos luego, por el otro lado del bulevar con palos y piedras. Jendarmes a caballo cargaron varias veces y tuvieron que emplear gases lacrimógenos para frenarlos. Llegados a la imponente Casa del Pueblo la tensión devino fiesta. La columna gay bailaba y tocaba palmas, ante la rabia y el odio de los irreductibles cavernícolas que seguían intentando acercarse. El acto acabó a orillas del Dâmbovita. Travestis, transexuales y maricones más evidentes se fueron enseguida en taxis para evitar agresiones. La organización advertía que nadie se fuera solo y recomendaba esconder banderas y pulseras arco iris. Nos fuimos emocionados y teniendo muy claro de la importancia de haber estado. Bucarest no es Madrid o Berlín para los homosexuales. Heroicos manifestantes rumanos, ejemplares extranjeros, impecables las fuerzas de seguridad. Mostraron un respeto exquisito por todos los manifestantes. La Gay Parade empezó y acabó cuando y donde debía y sus participantes no fueron agredidos - al menos durante la marcha.

miércoles, 6 de junio de 2007

Apuntes de noche


El insomnio. Las dos pasadas - hora rumana - y yo sin poder dormir. Algunos apuntes rápidos y esta foto del presidente Basescu en sus tiempos de marinero.



- La policía ha vuelto a fastidiar la noche a las prostitutas de la esquina. La que asaltó al vecino de Adzaneta Lluís Escrig nada más bajar del tasis que le traía del aeropuerto ha sido arrestada por desacato.



- Los jóvenes franceses son la élite espiritual de Europa, aún y con mucho. La mayoría de los rumanos apáticos y previsibles.



- Todos los funcionarios de la Posta Rumana - correos rumano - con que me encontrado son ineficientes y antipáticos. Conocida es la gran valía de los españoles.



- Domnisoara CV no me hace ni puto caso.



- El viernes en Calea Mosilor, gran concurso internacional de golfas.



- Tenemos un gobierno de vergüenza. Yo también quiero un Sarkozy.



- Las ensaladas suecas son maravillosas. La educación en Rumania un cachondeo. Mayor que en España, y ya es decir.



- Queda menos de un mes para volver a casa, justo cuando mejor me siento. Menos de un mes si no hay milagro.



- La selección rumana gana dos cero a Eslovenia en Timisoara y se coloca primera en su grupo de la fase clasificación para la Eurocopa. Pelearemos por la copa en 2008.



- La frase del día nos la trae Constantin de Baza - Graná: ¡no sus quedéis estéticos! (Paco Jimmy, entrenador de fútbol, a sus discípulos).



- "Fete finute, bune rau".

- O follamos todo o la puta al río, dice un francés. De aici nici musca scapa nefututa, un rumano. (De aquí ni la mosca se escapa sin ser follada).



lunes, 4 de junio de 2007

Frontera




He pasado el fin de semana en la playa. Dos días magníficos, llenos de buenas sensaciones y en excelente compañía.


Rumania tiene muy pocos kilómetros de costa, concentrados todos en el judet - provincia - de Constanza. Comimos en la pizzeria de la ciudad, visitamos el puerto, con el imponente casino, y después salimos hacia Vama Veche - la vieja frontera en rumano -, un pueblito de playa en la frontera con Bulgaria. En tiempos de Ceausescu el lugar era un centro de concentración extrañamente tolerado de hippies, punks y demás familias de avanzados. Ya no hay mucho de eso, pero alrededor de la playa no existen todavía bloques de apartamentos y algo queda del viejo sabor canalla y anticonvencional.


Bebimos cerveza en un chiringuito y nos bañamos en el mar Negro, todavía muy frío por estas fechas. La noche fue espléndida, bailando sobre la arena hasta el amanecer. La salida del sol me pareció un espectáculo único. Sentado frente al mar, con A, vi como el azul del agua se llenaba de tonos naranja. Solo y sin dinero, me senté a beber la última cerveza con unos muchachos de Bucarest, igual de amables que de salvajes. Pasadas las ocho dormimos en su vieja manta, hasta que el calor me despertó. Me levanté y caminé por la playa en silencio hasta la frontera búlgara. A lo lejos, en la claridad del día, se podía ver una parte del barco hundido, con su chimenea apuntando en diagonal al cielo. La gente dormía en sus tiendas de campaña, y el guardia de frontera hablaba relajadamente con un amigo sentado sobre una piedra. Abajo, a pie de playa, un bidón de color rojo con un alambre atado que llegaba a la roca separaba Rumania y Bulgaria. La levedad de esta frontera: todo un signo de los nuevos tiempos, y mejores.

martes, 29 de mayo de 2007

Invierno rumano

Tanta apología de la primavera podría hacer pensar que mi singladura rumana ha sido un camino de rosas. Bien saben que no algunos amigos. El invierno fue duro y largo, a pesar de que nunca bajamos de menos diez en Bucarest. Esta canción, que le he escuchado hoy a mi vecina griega Eleni, me ha recordado los viajes solitarios y suicidas por la Moldavia profunda, en el sombrío enero. Siempre en maxi taxi, hasta Vaslui, Botosani, Roman, Galati, Beresti o Bacau, durmiendo en pensiones de poca monta y bebiendo cerveza en antros muy poco recomendables. Como en Focsani, aquella noche. Había llegado a la ciudad a las diez, y no tenía sueño. Dejé la mochila en la pensión y salí a buscar algún sitio de recreo. Lo primero que encontré fue una bodega, donde cuatro borrachos de diversas edades jugaban al billar. Había una máquina reproductora de música, a cincuenta bani la canción, y uno de ellos ponía dinero una y otra vez eligiendo siempre la misma, esta manea. Cuando se le acabó el dinero pidió mi colaboración, le di dos lei y Vreau sa beau sa ma fac manga sonó otras cuatro veces. Después los paseos entre estatuas de Stefan Cel Mare y la vuelta en maxi a Bucarest, atravesando la Moldavia al ritmo del pegajoso spaghetti rumano. Lo recuerdo con cariño, a pesar de todo.

lunes, 28 de mayo de 2007

Arquitectura

Sábado 26 de mayo. He comido en el bistró de Regina Elizabeta. Después, con más de treinta grados, he tomado el autobús en dirección a la Politécnica. Constantin y su equipo, que lleva nombre de genocida, jugaban en las pistas de la universidad un campeonato de baloncesto. Me he quedado medio dormido y me he pasado de la estación. Lo he sabido enseguida, pero no he querido bajar. Se estaba muy fresco en el autobús, sonaba buena música y el asfalto ardía afuera amenazador. He continuado unas cuantas paradas, hasta llegar a Armata Poporului, donde he cambiado de acera y he subido al autobús que me llevaría a casa. Era tarde y difícilmente podría llegar a los partidos de Comandante 1960. Hasta el centro me quedaba otra media hora agradable, tranquila. Más música, la brisa en la cara de la ventanilla abierta. Sonaban algunas canciones espléndidas, y dos de las tristísimas navidades. La banda sonora de El Guardaespaldas, como en aquel restaurante de Vistabella aquel domingo siete de enero. Era el último día en el pueblo antes de volver, y la fría y desoladora despedida de A. Y Self Control, de Laura Branigan. La escuchábamos en You Tube, en la garita de la gasolinera, Carlos y yo el mismo ventitrés de diciembre, nada más saber que se había acabado. La poníamos una y otra vez, y cantábamos y nos reíamos sin ningún motivo. No eran momentos alegres, pero aquellas risas servían para paliar ligeramente el insoportable vacío, el dolor animal. El autobús se acercaba al centro dejando atrás los bloques uniformes con sus descuidados y frondosos jardines. Yo miraba a las chicas de barrio - fetele de cartier -, prietas, descaradas, insinuantes, vivísimas, esperando el tranvía. En Magheru, camino de casa, me he comprado un helado de vainilla. A las cuatro ha llamado Constantin. Iba con su amigo Rumu a los campeonatos de atletismo, en el estadio Dinamo. Allí hemos pasado la tarde, viendo correr a las chicas y recordando todos los momentos de Bucarest. Rumu, que es entrenador de atletismo en Alabama y ha vuelto a Bucarest un mes para reclutar atletas para la universidad, se paseaba por las gradas hablando con antiguos compañeros. Hemos cenado en una terraza en Militari y después hemos salido hacia la fiesta de Arquitectura, en la misma facultad, donde heroicos estudiantes desafiaron el neocomunismo canlla de Iliescu en los noventa pese a la presión de securistas y bárbaros mineros de Valea Jiului, que arrasaban con todo sin miramientos en la erradicación de las indeseables complicaciones democráticas. La predisposición era excelente en el grupo, Constantin, Rumu, Cosmin y yo. La fiesta magnífica: varias salas con distintos ambientes, terraza con mici y sarmale, gente disfrazada, originalidad, implicación y buen gusto. La Rumania posible. Hemos bailado toda la noche en la sala Ibiza. De vez en cuando salíamos a la terraza a comer un poco y tomar el aire. Allí estaba la comunidad francesa, alegre, despejada. En Ibiza sangría, mujeres imponentes y un ambiente eléctrico. A las tres y media se ha acabado la bebida y nos han echado.

viernes, 25 de mayo de 2007

Raboseta russa

"Mentre moria Aurora
sortia un sol radiant",
escribió el viejo Pla, poético y enamorado.
Me permito yo esta, no menos precaria:
"La cara de raboseta russa,
a la porta de la Universitat"

martes, 22 de mayo de 2007

Picioarele mele sexy

Es en Rahova. Unos niños uniformados, chaleco azul y negro, camisa blanca y pantalones negros, largos. Pasan de las tres y parece que salen del colegio.

- Uite picioarele mele sexy (mira mis piernas sexis), dice un niño levantándose la pernera del pantalón.

- Dute de aici cu picioarele tale sexy (vete de aquí con tus piernas sexis), le contesta la niña.

lunes, 21 de mayo de 2007

Última tarde en Giulesti

El curso se acaba, y se acerca la hora de volver a España. Ha pasado la obsesión de quedarme de cualquier manera. La vida es muy larga y algún día regresaré a esta ciudad que tanto me gusta. Se acaba el curso, y con él las ligas de fútbol europeas. Para los estudiantes y los futboleros los años no se acaban el 31 de diciembre, sino el 30 de junio. Quedan dos jornadas para que termine el campeonato rumano, y el Rapid juega su último partido en Giulesti después de tres a puerta cerrada. Es viernes y amenaza tormenta. A las ocho es el partido, y salgo de casa un cuarto de hora antes. Cuando estoy esperando el ascensor el cielo empieza a descargar una violenta tromba de agua. Corro hasta la Iglesia Luterana, y subo al 178. Sigue lloviendo, cada vez con más intensidad. El autobús se llena en pocas paradas. Avanza muy lentamente debido a los atascos, y huele a humedad y sudor. Llego a Giulesti veinte minutos tarde.



Poco menos de media entrada. Media entrada contando las gradas abiertas, porque uno de los fondos lleva todo el año cerrado por riesgo de derrumbe. Las bocas de la Tribuna II, cubiertas por un cristal, están llenas de refugiados de la lluvia. Yo subo hasta la esquina, desde donde veo el campo, las vías, el puente y la ciudad anocheciendo. El Rapid gana cómodamente, y no se juega nada. La afición no tiene qué celebrar. El fútbol como ritual. Los potente iluminación de los focos permite ver con claridad la tupida cortina de agua que cae del cielo, de un azul eléctrico cada vez más cerrado. El Rapid marca el tercero y un niño gitano que pide cigarros salta agitando los brazos. La peluza canta mecánicamente. Piden a los jugadores que traigan la Copa a Giulesti.



El árbitro pita el final. Suena el himno y los jugadores saludan desde el centro. El público aplaude sin entusiasmo, con cierto cariño. El Rapid será cuarto. No ha conseguido ni siquiera un puesto para la Uefa, que sólo jugará si gana la Copa contra el Poli Timisoara. Pero en Giulesti el fútbol es todavía algo familiar. Como decía Poline, quizá no sean los mejores, pero son los nuestros.

domingo, 20 de mayo de 2007

Alegria




A las once Óscar me espera en Piatsa Romana. El cielo nublado y mucho calor. Es sábado y se vota el cese de Basescu. Paseamos por la ciudad y visitamos algunos colegios electorales. El instituto Ion Luca Caragiale, donde estudia la gente bien, y uno en Rahova, el barrio más deprimido de Bucarest. Orden, modélico aburrimiento. Comemos en Terasa Florilor. Mici y carnati, y no está Mihaela. Una siesta tardía y después la llamada del periódico. Hay que escribir hoy. Los resultados, la estimación de voto. Las encuestas a pie de urna salen a las ocho, y he de tenerlo una hora más tarde. Algunos nervios, cierta agonía. No sé muy bien qué pasa si no se llega al cincuenta por ciento de participación, y no se llegará. Miro en internet sin encontrar nada. Llama Óscar. Hay partido del Dinamo. Celebran el título en Stefan Cel Mare. Quiero ir yo también. Me comprará la entrada y yo llegaré con el partido empezado, cuando acabe la crónica. Pero no habrá cómo. No llegaré a tiempo ni siquiera para la celebración. Óscar me ha de dar la entrada y he de comprar crédito para llamar al periódico: algunas dudas. Bajo a la calle vestido de cualquier manera. Corro por Magheru hasta el McDonalds, compro una tarjeta y Óscar me da la entrada. Vuelvo a casa, a toda prisa. De Madrid dicen que la crónica es corta. Queda sólo media hora y no me veo capaz de escribir más. Finalmente lo resuelvo. Y no cambia nada si no se llega a la mitad más uno de participación. Está bien, dicen. Hablo con Cristina, enviada de El País. Nos veremos en un cuarto de hora en Universitate. Hay algunos hombres celebrando la victoria de Basescu y en unos minutos irá el presidente. Salgo de casa, todavía algo sofocado. Sudado de las carreras por Magheru, agitado, satisfecho, sintiéndome parte de la historia. Corro hasta el Intercontinental. Ya ha llegado Basescu. Habla desde la tarima a un millar de seguidores entusiasmados, que enarbolan banderas de Rumania y de la UE. Canto con ellos: Basescu, Basescu. Jos Tariceanu, jos parlamentul. A la mente me viene aquella tarde de jueves, cuando fue suspendido. También en Universitate todavía de día. Con Constantin y Cosmin, euforia, e ilusión porque venía Corina. Al final no vino. Fue una noche triste, para un día emocionante. Hoy es también un día emocionante. La historia de Rumania, de una parte de la Europa unida que hemos conseguido. Yo he escrito sobre ello en un importante diario español. Estoy orgulloso. Emocionado. Sigo gritando por Basescu. La objetividad no está reñida con el apasionamiento, pienso. La honestidad es compatible con tomar partido. Basescu va vestido con la camisa a cuadros que llevaba el día de la Plaza de la Constitución. También estuvimos allí. Su calva brilla iluminada por la luz de una farola, justo en el kilómetro cero de la Rumania, en el lugar donde los estudiantes se manifestaron contra el neocomunismo canalla de Iliescu. Las banderas rumanas y europeas ondean junto a su cabeza. Saluda, dejando ver el anillo de casado. Parece un hombre pleno, feliz. El cielo está negrísimo y hace un calor húmedo, tropical. Gentes de todas las edades se sonríen cómplices, muchos vestidos de naranja. Basescu se despide y baja de la tarima. La policía detiene un instante el tráfico y Basescu cruza a la carrera el bulevar rodeado de sus guardaespaldas. La gente le jalea gritando su nombre. Una vez más atraviesa saludando a la multitud que se concentra al otro lado de la acera, camino de su vehículo. Frente al Teatro Nacional sus seguidores nos dispersamos, contentos, satisfechos.

Grozavesti

Nueva crónica rumana en Kiliedro.

jueves, 26 de abril de 2007

Capitán general - rumano y en la reserva


Alguna vez dijo un Casale valenciano que sus domingos empezaban a ser de capitán general: paella, siesta y fútbol. La notable mejoría de mi estado de espíritu y cierta tranquilidad vital me apartan esta primavera de viejos malditismos románticos, de la conocida querencia por la oscuridad y el canallismo y de la ridícula solemnidad. Ya no me apetecen los bares de rufianes y los viajes heroicos. Me basta pasear al sol, ilusionarme con alguna mujer de lo más normal, leer a Camus en rumano, comer mici y beber cerveza en cualquier terraza, con conversación agradable, fútbol y música de la radio.



Es un domingo de estos. Leo el diario en una terraza de Piatsa Romana. Con el 133 voy a Basarab a pagar el alquiler a A. Están M y D, me sirven un zumo y hablamos. Llamo a B, que me recoge a la una y media en la esquina de Magheru con Rossetti. Comemos en Terasa Florilor. Limpia, luminosa. Buenos precios y unas camareras guapísimas y eficientes, que además son las propietarias. Mici y carnatsi, cerveza hasta hartarnos. Y un magnífico helado de tres sabores para celebrar el día. Larga sobremesa, y después hay fútbol. En la tele, que han cerrado Giulesti. Por bárbaros. Caminamos pesadamente hasta casa de B, y comenzamos el partido con gran interés. El espectáculo es bien pobre, y no tardamos en caer dormidos. Me despierto pasadas las seis, y vuelvo al centro con el 90. Hay sitio en la parte de adelante. El conductor lleva la puerta abierta para combatir el calor y pone a todo volumen canciones populares. Algunas señoras se quejan, y yo me río con unas adolescentes que le piden al jefe algo de Gica Petrescu. En Universitate me encuentro con algunos españoles. Hay un valenciano de Santa Pola, divertidísimo, que alquila grúas de construcción en Bucarest. Paseamos hasta Tineretului, espléndidamente verde. Baloncestistas, enamorados, viejos con perros y el guardia del monumento al soldado desconocido que se niega a ser fotografiado. Llego a casa cuando ya es de noche. Ceno ligeramente en casa de V, vecino del 64, hablamos un rato y me voy a dormir. Contento, satisfecho. Me gusta la vida de capitán general - rumano y en la reserva.

lunes, 23 de abril de 2007

Restaurant Sandy Club srl



(Para L)

Es una agradable tarde de lectura, pero la explosión de la primavera afuera obliga a bajar a la calle. Camino por C.A. Rossetti, todavía sin sus putas, y sigo hasta Maria Rossetti. Es el Bucarest eliadiano que tanto le gusta a Garrigós, con las viejas villas decadentes, de un amarillo mate anaranjado, los jardines bordes y los perros adormecidos tras las vallas. Aquí leían y debatían, bebían paseaban reñían y follaban los jóvenes bárbaros de la novela de Eliade. No conozco nada cuando paso de Maria Rossetti. Tengo tiempo y la única preocupación es elegir la calle. Sin saber cómo llego hasta Piatsa Muncii, y de ahí al Estadio Nacional. Está lleno de magníficas terrazas, simples, rudimentarias. El sol está cayendo. Emprendo el bulevar de Besarabia, con gran tráfico de patinadores, algunas hermosísimas. Una pareja llama a su hija, que se ha escapado con la bicicleta. Corina, Corina! Y yo me doy la vuelta estúpidamente, como si el nombre tuviera algo que ver conmigo. Más adelante un mercado de fruta y al fondo Pantelimón. Es de noche y me he cansado de caminar. El tranvía 14 va al centro, me dicen. Me subo en la parada del bulevar de Chisinau, y después de cinco estaciones me doy cuenta de que he errado la dirección. Bajo, dispuesto a buscar el trolebús que me lleve a Universitate. Oigo una música mientras camino hacia la estación. Viene de un palacete en la esquina entre Traian y Hagiului. Es un restaurante en un coqueto palacete recién pintado, con una terraza cercada por una verja roja. Cenaré aquí.

La terraza está vacía y me siento fuera. Mientras espero la sopa sale del local un gitano vestido de traje, camisa morada y zapatos brillantes, de escasa estatura y el aire chulesco de un torero retirado. Se pasea entre las mesas y se para con las manos en los bolsillos mirando a los pocos transeúntes. Tiene una expresión severa, de gran concentración. Me siento extrañamente vigilado. O está muy atento a mis movimientos o totalmente extasiado por la música. El camarero - de nombre Marian - sale, me sirve y se sienta conmigo. Habla de política rumana, de la indignidad de los parlamentarios y de la valía del presidente Basescu. Ha vivido en Francia, Bélgica, Alemania, Austria e Israel. Le pregunto si habla el hebreo. Sí, claro. No es difícil, explica, aunque escribirlo es otra cosa. Y señalando a un autobús que pasa por delante: estás sentado en una pizzería y buuuum. Lo peor de Israel son los atentados, el miedo continuo. Es cantante de música tradicional gitana, y actuaba con su mujer en restaurantes rumanos de esos países. Ahora sigue cantando en el restaurante, en bodas y bautizos y puntualmente para los amigos.

Me intereso por la música y saca del bolsillo un pequeño mando a distancia. Sube el volumen apuntando al edificio, y enseguida vuelve a aparecer el hombre misterioso de antes. Se sienta en una mesa contigua, con la mirada fija en el horizonte, simulando no escuchar nuestra conversación. Las canciones son espléndidas, sensuales, gitanísimas, y al mismo tiempo de una elegancia burguesa. Tienen un toque jazzístico, dice Marian, y yo veo en ellas la modernidad del bandeonista Piazzolla. He terminado mi cerveza y pido otra. Están invitados Marian y el hombre del traje. Marian dice que no puede beber, que acaba de ir al dentista. El hombre del traje me mira directamente por primera vez y acepta la invitación. Cuando llega la cerveza se suma a la conversación, casi la monopoliza. Brindamos casi a cada trago, alaba mi rumano y mi actitud amistosa y tranquila - con 22 años y en un país extranjero, remarca varias veces - y se descubre como el timbalista de la orquesta de Marian y señora - Sanda. También él ha recorrido mundo actuando en restaurantes de lujo: Viena, Berlín, París. A los dos les gustaría llegar a España. Quizá este verano, dice Marian, pero acabamos de abrir este restaurante y de momento no funciona.

Seguimos hablando unos minutos, y llega Sanda. Se presenta y me pide con cariño maternal que vuelva por aquí. Me hará sarmale y cantarán. Seguro, seguro. Ahora está también Ludovic, el hijo del timbalista. Ha aparcado su taxi en la otra acera y se toma una fanta de naranja. Habla un poco de música pero pronto debe irse: un cliente le espera en otra parte de la ciudad. Pasan de las doce y me despido yo también. Nos volveremos a ver, claro. Subo a un taxi: a la esquina de Magheru con C.A. Rossetti. Están ya las putas, y el taxista bromea, seguro de qué busca en esa esquina el extranjero perdido. No ha cerrado la puerta del taxi y ya tiene a dos esperando.

jueves, 19 de abril de 2007

Tristessa




La Rumania política decente se levanta hoy triste pero dispuesta a apretar puños y dientes al lado del viejo capitán de la marina mercante. Habían echado a los ministros del PD y a la heroína anticorrupción Macovei del gobierno, y ayer votaron la suspensión del presidente Basescu por desconocidos "comportamientos anticonstitucionales". En su condición de presidente del Senado el excomunista Vacaroiu se hace provisionalmente con las riendas del país, y ya se ha encomendado al vergonzante apparatchik e indecente presidente posrevolucionario, Ion Iliescu. Las imágenes del día son los abrazos y achuchones a Basescu en Piata Universitatsii, y este saludo con sonrisa agridulce antes de bajar del coche. Pero también las comparecencias cómicamente graves de quienes a duras penas pueden revestir de razones su escandaloso rechazo a perder los privilegios de siempre.


Revolutsie


Primavera Rumana




Nueva crónica rumana en Kiliedro.

Forza Base!



Hablaba por teléfono con mi madre caminando hacia Lipscani, donde había quedado con Constantin para comer. A la altura del Teatro Nacional, en el kilómetro cero de la Rumania democrática - libre de neocomunismo, dice el hito -, veo un centenar de personas reunidas y algunas pancartas a favor del presidente Basescu. El Parlamento votaba hoy su suspensión, promovida por los excomunistas del PSD y apoyada por el nacionalista Vadim y el exhumanista Voiculescu. Me despido de mamá y llamo a Constantin: hay que unirse a los basistas. Está de acuerdo, claro, pero no ahora: ha oído en la radio que la concentración empieza a las seis. Comemos plácidamente en Gara Lipscani, y después voy a hacer la compra a Obor. La intensidad imposible de siempre y la ilusión de una gran tarde por delante. Compro para cenar con K, que ha de venir a las ocho. Cuando falta un cuarto para las seis me reúno con Constantin y Cosmin en la esquina de la tienda de Vodafone. El ambiente es excelente, y además el presidente ha anunciado su presencia en Piatsa Universitatsii. Cogemos sitio en el centro y poco a poco se va llenando la explanada. Un par de banderas rumanas, una con el agujero revolucionario en el centro, una de la Unión Europea, mucha gente joven y guapa. ¡Basescu no dimitas! ¡Abajo Tariceanu! ¡Basescu, Basescu! Un voluntarioso orador va calentando el ambiente, y Cosmin está ya completamente entregado a la causa. La multitud llega ya hasta las puertas del Teatro Nacional y al otro lado del bulevar, en la plaza del 23 de diciembre, no cabe nadie. Con media hora de retraso llega el presidente. Sus guardaespaldas le abren paso entre la gente, totalmente enloquecida gritando su nombre. Lleva un traje azul marino, camisa celeste y corbata roja. Tiene el rostro bronceado, y parece como siempre un hombre satisfecho y seguro. Ayudado por el orador sube al rudimentario escenario. Coge el micrófono, pero el griterío no le deja hablar. Un mar de manos dibujando la V de victoria se extiende hacia él, que pide silencio. El discurso es optimista, pero conciliador. Pide tranquilidad y civismo, y que todos vuelvan a sus casa cuando termine el acto. Termina, y la masa se dispersa contenta, confiada, parece, en que la popularidad de Basescu acabará trayendo el triunfo de la decencia. Paseamos felices por Magheru, con Constantin reconciliado con lo rumano después del natural hartazgo de actitudes de nuevo y rico y de vicios bizantinos. Subo a casa en excelente estado de espíritu: ha sido emocionante, y hoy vuelve a venir K. Pero K dice ahora que no vendrá. Gran tristeza, por un momento. Pero no. Saldremos a B-52. Spaghetti, cerveza y el Rapid en la tele. Gana uno a cero y ha estar en la final. No ha venido K y el tiempo de la beca se acaba en Bucarest. No quiero irme ahora, cuando mejor estoy. La tarde se ha vuelto triste, pero es agradabilísima. Constantin envía algunas canciones de The Cure: dulce melancolía.

miércoles, 18 de abril de 2007

Intercontinental


Es una tarde aburrida, y la soledad se vuelve casi tan angustiante como en los peores momentos, en esos dos meses fríos de abandono de la razón y caída libre que fueron enero y febrero. Leo los artículos políticos del profesor Culianu sin poder concentrarme y duermo. Como de costumbre todo cambia en un instante, inesperadamente. Una llamada de E, que me invita a salir con ella y sus amigos al Club A. Nos veremos a las diez y media frente al McDonalds de Regina Elizabeta. Antes voy con V y A hasta el Centro Comercial de Vitan. Nos encontramos en Unirii con L y B, que nos lleva en su minúsculo y simpático Suzuki Vico. Vuelvo a tener ganas de reír, de disfrutar de todos los placeres de la vida. Hasta mis odiados centros comerciales me parecen un lugar posible para la felicidad. A las nueve llego a casa, y me ducho y me afeito con esta canción. Me gusta desde muy pequeño, cuando todavía estábamos en El Pati y me interesaba, Pacheco mediante, por el indie-pop inglés. Me encuentro con el grupo en la parada del autobús de Cismigiu y después del café en Valea Regilor llegamos al Club A. Jóvenes espontáneos, llenos de energía y pofta de viata - apetito de vida -, veo enseguida. Y dos enamorados que saltan y se besan cogidos de la mano por las calles de Lipscani, inmensamente felices. ¡Qué envidia de tan intenso amor! Agradable conversación con E, mucha cerveza y baile eufórico al final, coincidiendo con el folclor rumano, Goran Bregovic y los moldavos Zdob. Se unen a nosotros dos viajeros borrachos, un sueco y un canadiense. Son más de las cuatro cuando inicio mi retirada. Camino de casa me fijo como siempre en las ventanas iluminadas del Hotel Intercontinental, y juego a imaginarme la vida de sus moradores. Desde el piso trece vio Hermann Tertsch en el 90 la llegada por Magheru de los mineros de Valea Jiului. Vestidos con monos y con el casco en la cabeza arrasaban con todo a su paso, y frente a la iglesia italiana apalearon con furia a un señor de gafas vestido con traje - un intolerable símbolo de civilización. Esta noche hay dos luces encendidas. Un empresario maltés insomne que lee a Dickens y arriba un corresponsal americano que se despide fríamente de la prostituta de turno, quizás.

martes, 17 de abril de 2007

Fría brisa de abril




Una brisa fría y ligera vacía las terrazas y frena la euforia primaveral en Bucarest. Las chicas - fetele - han de volver a taparse y las mesas están libres en las caóticas callejas de Piatsa Universitatsi. Cuatro gatos en las de Jos Palarie, en la calle que une la universidad con la iglesia rusa, uno de los lugares de las luminosas pascuas. Haciendo tiempo para la clase de las once me pierdo por el barrio viejo, y llego a Lipscani. Camino por el precario empedrado hasta llegar a la terraza de los mici. Viejas mesas cojas de hierro, cubiertas por manteles sucios y raídos, sillas de plástico sucias, el servicio informal y deslavazado y dos perros dormitando en el descampado de al lado. Está llena, como en los más duros días de invierno: trabajadores de banca encorbatados, pensionistas borrachines, algún estudiante. Al fondo, en la esquina, queda una mesa. Cuatro mici, un Ursus y Evenimentul Zilei. Habla de Miron Cozma, líder de los mineros de Valea Jiului que apalearon a los estudiantes opositores y derrocaron el gobierno del civilizado Petre Roman. Le indultó el siniestro Ion Iliescu - él les había llamado a Bucarest a principios de los noventa para resolver ciertas complicaciones democráticas - en 2004 y le volvió a encarcelar después de las protestas de la comunidad internacional. Cobrará del Estado 10.000 euros por la anulación del indulto, decisión ilegal. Se queja ahora el bárbaro del daño que le hizo tamaña injusticia. Salgo para clase.

lunes, 16 de abril de 2007

La espuma de la vida


Un viejo taxi Dacia nos conduce al aeropuerto de Baneasa. Bucarest está magníficamente primaveral, con su mezcla única de joyas e inmundicias arquitectónicas, como escribió Tertsch. Caos, ruido, sensualidad, agobio. En el minúsculo recinto de playmóbil del aeropuerto decenas de rumanos esperan su vuelo o se despiden de sus familiares. Visten hortera, hablan vulgar y forman las colas de forma atropellada. La concurrencia de Baneasa nada tiene que ver con la de Otopeni: de aquí se va a España e Italia, de allí a Europa Central y del Norte. En la ventanilla para Valencia un hombre de cuerpo orondo y gesto reposado pregunta en rumano quién es el último. Extranjero, pienso enseguida. Mi hermano habla con mi madre y el señor comenta algo en valenciano. Es rumano y lleva ya 25 años en Valencia. Ha venido de visita coincidiendo con las Fallas. Le llaman por teléfono y habla: sí, Mari. Y un micaguenlamar sonoro y rotundo como una naranja. Los pasajeros embarcan y subo el autobús. Antes he comprado Libertatea, Bild rumano. El ambiente invita a sumergirse en el mundo superficial y populachero del infame diario. Vedetes, ricos gordos y satisfechos, amores, escándalos, coches, fútbol y la chica página 5. B es de Targoviste, tiene 19 años, está en último año de Liceo y le gustan la lectura y el cine. Y al lado B, mostrando sus carnes orgullosa, sobre una cama con sábanas de ositos y braguita y sostén de leopardo. La espuma de la vida, que decía Espada, versión chaparral fetén. Y al final un hermoso reportaje sobre la vida de Gabi Balint, futbolista del Steaua y del Burgos, miembro de la Generación de Oro que llevó a Rumania al cuarto puesto en USA 94. Con Belodedici y Hagi formaban un trío inseparable. En las concentraciones dormían siempre en habitaciones dobles con tres camas. Eran tres hombres simples, tímidos y tranquilos, y enseguida congeniaron. Las únicas peleas eran por la música: el rumano nacionalista serbio Belodedici música de aquel país, Hagi tradicional arromana - minoría de origen macedonio de Rumania - y Balint Modern Talking. Y al lado algunas fotos espléndidas, los tres en chándal, junto a un encorbatado Valentin Ceausescu, posando con expresión de campesinos felices en un hotel americano.

Crepúsculo


Te doy una muchacha?, dicen hombres barbudos y harapientos apostados en las callejas tras la Estación del Norte. Impresiona imaginar donde guardarán la sufrida mercancía. El sol declina en Bucarest y el puente de hierro oxidado que atraviesa las vías en la Estación de Besarabia ofrece uno de sus mejores atardeceres. Las vías juntándose a lo lejos, la silueta sobria de los viejos bloques comunistas y los focos del estadio de Giulesti recortados sobre el cielo rojizo. Llego hasta el Carrefour de Orhideea, con el aparcamiento a reventar. Rodeo el recinto y sigo el cauce del Dâmbovita, en dirección al centro. A mis espaldas la luz de las farolas se refleja en el agua, y con el luminoso del Carrefour, el neón rojo de un night club Bilda y el azul eléctrico del cielo regalan un espléndido e inimaginado espectáculo de luz.

Historias de Bucarest

Nace este blog inspirado por el excelente http://paulmoresby.blogspot.com, donde el luminoso australiano escribe sus impresiones de España y de sus estados de espíritu. El título está copiado del irrepetible Historias de Londres, del periodista de El País Enric González. La voluntad es de compartir, ordenar y conservar algunas notas rumanas que de otra forma se perderían en la sección de comentarios de blogs amigos o en una carpeta al fondo de este ordenador.