Historias de Bucarest

miércoles, 18 de abril de 2007

Intercontinental


Es una tarde aburrida, y la soledad se vuelve casi tan angustiante como en los peores momentos, en esos dos meses fríos de abandono de la razón y caída libre que fueron enero y febrero. Leo los artículos políticos del profesor Culianu sin poder concentrarme y duermo. Como de costumbre todo cambia en un instante, inesperadamente. Una llamada de E, que me invita a salir con ella y sus amigos al Club A. Nos veremos a las diez y media frente al McDonalds de Regina Elizabeta. Antes voy con V y A hasta el Centro Comercial de Vitan. Nos encontramos en Unirii con L y B, que nos lleva en su minúsculo y simpático Suzuki Vico. Vuelvo a tener ganas de reír, de disfrutar de todos los placeres de la vida. Hasta mis odiados centros comerciales me parecen un lugar posible para la felicidad. A las nueve llego a casa, y me ducho y me afeito con esta canción. Me gusta desde muy pequeño, cuando todavía estábamos en El Pati y me interesaba, Pacheco mediante, por el indie-pop inglés. Me encuentro con el grupo en la parada del autobús de Cismigiu y después del café en Valea Regilor llegamos al Club A. Jóvenes espontáneos, llenos de energía y pofta de viata - apetito de vida -, veo enseguida. Y dos enamorados que saltan y se besan cogidos de la mano por las calles de Lipscani, inmensamente felices. ¡Qué envidia de tan intenso amor! Agradable conversación con E, mucha cerveza y baile eufórico al final, coincidiendo con el folclor rumano, Goran Bregovic y los moldavos Zdob. Se unen a nosotros dos viajeros borrachos, un sueco y un canadiense. Son más de las cuatro cuando inicio mi retirada. Camino de casa me fijo como siempre en las ventanas iluminadas del Hotel Intercontinental, y juego a imaginarme la vida de sus moradores. Desde el piso trece vio Hermann Tertsch en el 90 la llegada por Magheru de los mineros de Valea Jiului. Vestidos con monos y con el casco en la cabeza arrasaban con todo a su paso, y frente a la iglesia italiana apalearon con furia a un señor de gafas vestido con traje - un intolerable símbolo de civilización. Esta noche hay dos luces encendidas. Un empresario maltés insomne que lee a Dickens y arriba un corresponsal americano que se despide fríamente de la prostituta de turno, quizás.

1 comentarios:

Blogger bar Torino ha dicho...

El primer párrafo es una mierda.
Después levanta el vuelo.

No creo que ningún empresario lea a Dickens. En todo caso a Follet o si es ilustrado a Marai.

saludos

18 de abril de 2007, 8:57  

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