Forza Base!
Hablaba por teléfono con mi madre caminando hacia Lipscani, donde había quedado con Constantin para comer. A la altura del Teatro Nacional, en el kilómetro cero de la Rumania democrática - libre de neocomunismo, dice el hito -, veo un centenar de personas reunidas y algunas pancartas a favor del presidente Basescu. El Parlamento votaba hoy su suspensión, promovida por los excomunistas del PSD y apoyada por el nacionalista Vadim y el exhumanista Voiculescu. Me despido de mamá y llamo a Constantin: hay que unirse a los basistas. Está de acuerdo, claro, pero no ahora: ha oído en la radio que la concentración empieza a las seis. Comemos plácidamente en Gara Lipscani, y después voy a hacer la compra a Obor. La intensidad imposible de siempre y la ilusión de una gran tarde por delante. Compro para cenar con K, que ha de venir a las ocho. Cuando falta un cuarto para las seis me reúno con Constantin y Cosmin en la esquina de la tienda de Vodafone. El ambiente es excelente, y además el presidente ha anunciado su presencia en Piatsa Universitatsii. Cogemos sitio en el centro y poco a poco se va llenando la explanada. Un par de banderas rumanas, una con el agujero revolucionario en el centro, una de la Unión Europea, mucha gente joven y guapa. ¡Basescu no dimitas! ¡Abajo Tariceanu! ¡Basescu, Basescu! Un voluntarioso orador va calentando el ambiente, y Cosmin está ya completamente entregado a la causa. La multitud llega ya hasta las puertas del Teatro Nacional y al otro lado del bulevar, en la plaza del 23 de diciembre, no cabe nadie. Con media hora de retraso llega el presidente. Sus guardaespaldas le abren paso entre la gente, totalmente enloquecida gritando su nombre. Lleva un traje azul marino, camisa celeste y corbata roja. Tiene el rostro bronceado, y parece como siempre un hombre satisfecho y seguro. Ayudado por el orador sube al rudimentario escenario. Coge el micrófono, pero el griterío no le deja hablar. Un mar de manos dibujando la V de victoria se extiende hacia él, que pide silencio. El discurso es optimista, pero conciliador. Pide tranquilidad y civismo, y que todos vuelvan a sus casa cuando termine el acto. Termina, y la masa se dispersa contenta, confiada, parece, en que la popularidad de Basescu acabará trayendo el triunfo de la decencia. Paseamos felices por Magheru, con Constantin reconciliado con lo rumano después del natural hartazgo de actitudes de nuevo y rico y de vicios bizantinos. Subo a casa en excelente estado de espíritu: ha sido emocionante, y hoy vuelve a venir K. Pero K dice ahora que no vendrá. Gran tristeza, por un momento. Pero no. Saldremos a B-52. Spaghetti, cerveza y el Rapid en la tele. Gana uno a cero y ha estar en la final. No ha venido K y el tiempo de la beca se acaba en Bucarest. No quiero irme ahora, cuando mejor estoy. La tarde se ha vuelto triste, pero es agradabilísima. Constantin envía algunas canciones de The Cure: dulce melancolía.
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