Historias de Bucarest

martes, 29 de mayo de 2007

Invierno rumano

Tanta apología de la primavera podría hacer pensar que mi singladura rumana ha sido un camino de rosas. Bien saben que no algunos amigos. El invierno fue duro y largo, a pesar de que nunca bajamos de menos diez en Bucarest. Esta canción, que le he escuchado hoy a mi vecina griega Eleni, me ha recordado los viajes solitarios y suicidas por la Moldavia profunda, en el sombrío enero. Siempre en maxi taxi, hasta Vaslui, Botosani, Roman, Galati, Beresti o Bacau, durmiendo en pensiones de poca monta y bebiendo cerveza en antros muy poco recomendables. Como en Focsani, aquella noche. Había llegado a la ciudad a las diez, y no tenía sueño. Dejé la mochila en la pensión y salí a buscar algún sitio de recreo. Lo primero que encontré fue una bodega, donde cuatro borrachos de diversas edades jugaban al billar. Había una máquina reproductora de música, a cincuenta bani la canción, y uno de ellos ponía dinero una y otra vez eligiendo siempre la misma, esta manea. Cuando se le acabó el dinero pidió mi colaboración, le di dos lei y Vreau sa beau sa ma fac manga sonó otras cuatro veces. Después los paseos entre estatuas de Stefan Cel Mare y la vuelta en maxi a Bucarest, atravesando la Moldavia al ritmo del pegajoso spaghetti rumano. Lo recuerdo con cariño, a pesar de todo.

lunes, 28 de mayo de 2007

Arquitectura

Sábado 26 de mayo. He comido en el bistró de Regina Elizabeta. Después, con más de treinta grados, he tomado el autobús en dirección a la Politécnica. Constantin y su equipo, que lleva nombre de genocida, jugaban en las pistas de la universidad un campeonato de baloncesto. Me he quedado medio dormido y me he pasado de la estación. Lo he sabido enseguida, pero no he querido bajar. Se estaba muy fresco en el autobús, sonaba buena música y el asfalto ardía afuera amenazador. He continuado unas cuantas paradas, hasta llegar a Armata Poporului, donde he cambiado de acera y he subido al autobús que me llevaría a casa. Era tarde y difícilmente podría llegar a los partidos de Comandante 1960. Hasta el centro me quedaba otra media hora agradable, tranquila. Más música, la brisa en la cara de la ventanilla abierta. Sonaban algunas canciones espléndidas, y dos de las tristísimas navidades. La banda sonora de El Guardaespaldas, como en aquel restaurante de Vistabella aquel domingo siete de enero. Era el último día en el pueblo antes de volver, y la fría y desoladora despedida de A. Y Self Control, de Laura Branigan. La escuchábamos en You Tube, en la garita de la gasolinera, Carlos y yo el mismo ventitrés de diciembre, nada más saber que se había acabado. La poníamos una y otra vez, y cantábamos y nos reíamos sin ningún motivo. No eran momentos alegres, pero aquellas risas servían para paliar ligeramente el insoportable vacío, el dolor animal. El autobús se acercaba al centro dejando atrás los bloques uniformes con sus descuidados y frondosos jardines. Yo miraba a las chicas de barrio - fetele de cartier -, prietas, descaradas, insinuantes, vivísimas, esperando el tranvía. En Magheru, camino de casa, me he comprado un helado de vainilla. A las cuatro ha llamado Constantin. Iba con su amigo Rumu a los campeonatos de atletismo, en el estadio Dinamo. Allí hemos pasado la tarde, viendo correr a las chicas y recordando todos los momentos de Bucarest. Rumu, que es entrenador de atletismo en Alabama y ha vuelto a Bucarest un mes para reclutar atletas para la universidad, se paseaba por las gradas hablando con antiguos compañeros. Hemos cenado en una terraza en Militari y después hemos salido hacia la fiesta de Arquitectura, en la misma facultad, donde heroicos estudiantes desafiaron el neocomunismo canlla de Iliescu en los noventa pese a la presión de securistas y bárbaros mineros de Valea Jiului, que arrasaban con todo sin miramientos en la erradicación de las indeseables complicaciones democráticas. La predisposición era excelente en el grupo, Constantin, Rumu, Cosmin y yo. La fiesta magnífica: varias salas con distintos ambientes, terraza con mici y sarmale, gente disfrazada, originalidad, implicación y buen gusto. La Rumania posible. Hemos bailado toda la noche en la sala Ibiza. De vez en cuando salíamos a la terraza a comer un poco y tomar el aire. Allí estaba la comunidad francesa, alegre, despejada. En Ibiza sangría, mujeres imponentes y un ambiente eléctrico. A las tres y media se ha acabado la bebida y nos han echado.

viernes, 25 de mayo de 2007

Raboseta russa

"Mentre moria Aurora
sortia un sol radiant",
escribió el viejo Pla, poético y enamorado.
Me permito yo esta, no menos precaria:
"La cara de raboseta russa,
a la porta de la Universitat"

martes, 22 de mayo de 2007

Picioarele mele sexy

Es en Rahova. Unos niños uniformados, chaleco azul y negro, camisa blanca y pantalones negros, largos. Pasan de las tres y parece que salen del colegio.

- Uite picioarele mele sexy (mira mis piernas sexis), dice un niño levantándose la pernera del pantalón.

- Dute de aici cu picioarele tale sexy (vete de aquí con tus piernas sexis), le contesta la niña.

lunes, 21 de mayo de 2007

Última tarde en Giulesti

El curso se acaba, y se acerca la hora de volver a España. Ha pasado la obsesión de quedarme de cualquier manera. La vida es muy larga y algún día regresaré a esta ciudad que tanto me gusta. Se acaba el curso, y con él las ligas de fútbol europeas. Para los estudiantes y los futboleros los años no se acaban el 31 de diciembre, sino el 30 de junio. Quedan dos jornadas para que termine el campeonato rumano, y el Rapid juega su último partido en Giulesti después de tres a puerta cerrada. Es viernes y amenaza tormenta. A las ocho es el partido, y salgo de casa un cuarto de hora antes. Cuando estoy esperando el ascensor el cielo empieza a descargar una violenta tromba de agua. Corro hasta la Iglesia Luterana, y subo al 178. Sigue lloviendo, cada vez con más intensidad. El autobús se llena en pocas paradas. Avanza muy lentamente debido a los atascos, y huele a humedad y sudor. Llego a Giulesti veinte minutos tarde.



Poco menos de media entrada. Media entrada contando las gradas abiertas, porque uno de los fondos lleva todo el año cerrado por riesgo de derrumbe. Las bocas de la Tribuna II, cubiertas por un cristal, están llenas de refugiados de la lluvia. Yo subo hasta la esquina, desde donde veo el campo, las vías, el puente y la ciudad anocheciendo. El Rapid gana cómodamente, y no se juega nada. La afición no tiene qué celebrar. El fútbol como ritual. Los potente iluminación de los focos permite ver con claridad la tupida cortina de agua que cae del cielo, de un azul eléctrico cada vez más cerrado. El Rapid marca el tercero y un niño gitano que pide cigarros salta agitando los brazos. La peluza canta mecánicamente. Piden a los jugadores que traigan la Copa a Giulesti.



El árbitro pita el final. Suena el himno y los jugadores saludan desde el centro. El público aplaude sin entusiasmo, con cierto cariño. El Rapid será cuarto. No ha conseguido ni siquiera un puesto para la Uefa, que sólo jugará si gana la Copa contra el Poli Timisoara. Pero en Giulesti el fútbol es todavía algo familiar. Como decía Poline, quizá no sean los mejores, pero son los nuestros.

domingo, 20 de mayo de 2007

Alegria




A las once Óscar me espera en Piatsa Romana. El cielo nublado y mucho calor. Es sábado y se vota el cese de Basescu. Paseamos por la ciudad y visitamos algunos colegios electorales. El instituto Ion Luca Caragiale, donde estudia la gente bien, y uno en Rahova, el barrio más deprimido de Bucarest. Orden, modélico aburrimiento. Comemos en Terasa Florilor. Mici y carnati, y no está Mihaela. Una siesta tardía y después la llamada del periódico. Hay que escribir hoy. Los resultados, la estimación de voto. Las encuestas a pie de urna salen a las ocho, y he de tenerlo una hora más tarde. Algunos nervios, cierta agonía. No sé muy bien qué pasa si no se llega al cincuenta por ciento de participación, y no se llegará. Miro en internet sin encontrar nada. Llama Óscar. Hay partido del Dinamo. Celebran el título en Stefan Cel Mare. Quiero ir yo también. Me comprará la entrada y yo llegaré con el partido empezado, cuando acabe la crónica. Pero no habrá cómo. No llegaré a tiempo ni siquiera para la celebración. Óscar me ha de dar la entrada y he de comprar crédito para llamar al periódico: algunas dudas. Bajo a la calle vestido de cualquier manera. Corro por Magheru hasta el McDonalds, compro una tarjeta y Óscar me da la entrada. Vuelvo a casa, a toda prisa. De Madrid dicen que la crónica es corta. Queda sólo media hora y no me veo capaz de escribir más. Finalmente lo resuelvo. Y no cambia nada si no se llega a la mitad más uno de participación. Está bien, dicen. Hablo con Cristina, enviada de El País. Nos veremos en un cuarto de hora en Universitate. Hay algunos hombres celebrando la victoria de Basescu y en unos minutos irá el presidente. Salgo de casa, todavía algo sofocado. Sudado de las carreras por Magheru, agitado, satisfecho, sintiéndome parte de la historia. Corro hasta el Intercontinental. Ya ha llegado Basescu. Habla desde la tarima a un millar de seguidores entusiasmados, que enarbolan banderas de Rumania y de la UE. Canto con ellos: Basescu, Basescu. Jos Tariceanu, jos parlamentul. A la mente me viene aquella tarde de jueves, cuando fue suspendido. También en Universitate todavía de día. Con Constantin y Cosmin, euforia, e ilusión porque venía Corina. Al final no vino. Fue una noche triste, para un día emocionante. Hoy es también un día emocionante. La historia de Rumania, de una parte de la Europa unida que hemos conseguido. Yo he escrito sobre ello en un importante diario español. Estoy orgulloso. Emocionado. Sigo gritando por Basescu. La objetividad no está reñida con el apasionamiento, pienso. La honestidad es compatible con tomar partido. Basescu va vestido con la camisa a cuadros que llevaba el día de la Plaza de la Constitución. También estuvimos allí. Su calva brilla iluminada por la luz de una farola, justo en el kilómetro cero de la Rumania, en el lugar donde los estudiantes se manifestaron contra el neocomunismo canalla de Iliescu. Las banderas rumanas y europeas ondean junto a su cabeza. Saluda, dejando ver el anillo de casado. Parece un hombre pleno, feliz. El cielo está negrísimo y hace un calor húmedo, tropical. Gentes de todas las edades se sonríen cómplices, muchos vestidos de naranja. Basescu se despide y baja de la tarima. La policía detiene un instante el tráfico y Basescu cruza a la carrera el bulevar rodeado de sus guardaespaldas. La gente le jalea gritando su nombre. Una vez más atraviesa saludando a la multitud que se concentra al otro lado de la acera, camino de su vehículo. Frente al Teatro Nacional sus seguidores nos dispersamos, contentos, satisfechos.

Grozavesti

Nueva crónica rumana en Kiliedro.