Historias de Bucarest

jueves, 26 de abril de 2007

Capitán general - rumano y en la reserva


Alguna vez dijo un Casale valenciano que sus domingos empezaban a ser de capitán general: paella, siesta y fútbol. La notable mejoría de mi estado de espíritu y cierta tranquilidad vital me apartan esta primavera de viejos malditismos románticos, de la conocida querencia por la oscuridad y el canallismo y de la ridícula solemnidad. Ya no me apetecen los bares de rufianes y los viajes heroicos. Me basta pasear al sol, ilusionarme con alguna mujer de lo más normal, leer a Camus en rumano, comer mici y beber cerveza en cualquier terraza, con conversación agradable, fútbol y música de la radio.



Es un domingo de estos. Leo el diario en una terraza de Piatsa Romana. Con el 133 voy a Basarab a pagar el alquiler a A. Están M y D, me sirven un zumo y hablamos. Llamo a B, que me recoge a la una y media en la esquina de Magheru con Rossetti. Comemos en Terasa Florilor. Limpia, luminosa. Buenos precios y unas camareras guapísimas y eficientes, que además son las propietarias. Mici y carnatsi, cerveza hasta hartarnos. Y un magnífico helado de tres sabores para celebrar el día. Larga sobremesa, y después hay fútbol. En la tele, que han cerrado Giulesti. Por bárbaros. Caminamos pesadamente hasta casa de B, y comenzamos el partido con gran interés. El espectáculo es bien pobre, y no tardamos en caer dormidos. Me despierto pasadas las seis, y vuelvo al centro con el 90. Hay sitio en la parte de adelante. El conductor lleva la puerta abierta para combatir el calor y pone a todo volumen canciones populares. Algunas señoras se quejan, y yo me río con unas adolescentes que le piden al jefe algo de Gica Petrescu. En Universitate me encuentro con algunos españoles. Hay un valenciano de Santa Pola, divertidísimo, que alquila grúas de construcción en Bucarest. Paseamos hasta Tineretului, espléndidamente verde. Baloncestistas, enamorados, viejos con perros y el guardia del monumento al soldado desconocido que se niega a ser fotografiado. Llego a casa cuando ya es de noche. Ceno ligeramente en casa de V, vecino del 64, hablamos un rato y me voy a dormir. Contento, satisfecho. Me gusta la vida de capitán general - rumano y en la reserva.

lunes, 23 de abril de 2007

Restaurant Sandy Club srl



(Para L)

Es una agradable tarde de lectura, pero la explosión de la primavera afuera obliga a bajar a la calle. Camino por C.A. Rossetti, todavía sin sus putas, y sigo hasta Maria Rossetti. Es el Bucarest eliadiano que tanto le gusta a Garrigós, con las viejas villas decadentes, de un amarillo mate anaranjado, los jardines bordes y los perros adormecidos tras las vallas. Aquí leían y debatían, bebían paseaban reñían y follaban los jóvenes bárbaros de la novela de Eliade. No conozco nada cuando paso de Maria Rossetti. Tengo tiempo y la única preocupación es elegir la calle. Sin saber cómo llego hasta Piatsa Muncii, y de ahí al Estadio Nacional. Está lleno de magníficas terrazas, simples, rudimentarias. El sol está cayendo. Emprendo el bulevar de Besarabia, con gran tráfico de patinadores, algunas hermosísimas. Una pareja llama a su hija, que se ha escapado con la bicicleta. Corina, Corina! Y yo me doy la vuelta estúpidamente, como si el nombre tuviera algo que ver conmigo. Más adelante un mercado de fruta y al fondo Pantelimón. Es de noche y me he cansado de caminar. El tranvía 14 va al centro, me dicen. Me subo en la parada del bulevar de Chisinau, y después de cinco estaciones me doy cuenta de que he errado la dirección. Bajo, dispuesto a buscar el trolebús que me lleve a Universitate. Oigo una música mientras camino hacia la estación. Viene de un palacete en la esquina entre Traian y Hagiului. Es un restaurante en un coqueto palacete recién pintado, con una terraza cercada por una verja roja. Cenaré aquí.

La terraza está vacía y me siento fuera. Mientras espero la sopa sale del local un gitano vestido de traje, camisa morada y zapatos brillantes, de escasa estatura y el aire chulesco de un torero retirado. Se pasea entre las mesas y se para con las manos en los bolsillos mirando a los pocos transeúntes. Tiene una expresión severa, de gran concentración. Me siento extrañamente vigilado. O está muy atento a mis movimientos o totalmente extasiado por la música. El camarero - de nombre Marian - sale, me sirve y se sienta conmigo. Habla de política rumana, de la indignidad de los parlamentarios y de la valía del presidente Basescu. Ha vivido en Francia, Bélgica, Alemania, Austria e Israel. Le pregunto si habla el hebreo. Sí, claro. No es difícil, explica, aunque escribirlo es otra cosa. Y señalando a un autobús que pasa por delante: estás sentado en una pizzería y buuuum. Lo peor de Israel son los atentados, el miedo continuo. Es cantante de música tradicional gitana, y actuaba con su mujer en restaurantes rumanos de esos países. Ahora sigue cantando en el restaurante, en bodas y bautizos y puntualmente para los amigos.

Me intereso por la música y saca del bolsillo un pequeño mando a distancia. Sube el volumen apuntando al edificio, y enseguida vuelve a aparecer el hombre misterioso de antes. Se sienta en una mesa contigua, con la mirada fija en el horizonte, simulando no escuchar nuestra conversación. Las canciones son espléndidas, sensuales, gitanísimas, y al mismo tiempo de una elegancia burguesa. Tienen un toque jazzístico, dice Marian, y yo veo en ellas la modernidad del bandeonista Piazzolla. He terminado mi cerveza y pido otra. Están invitados Marian y el hombre del traje. Marian dice que no puede beber, que acaba de ir al dentista. El hombre del traje me mira directamente por primera vez y acepta la invitación. Cuando llega la cerveza se suma a la conversación, casi la monopoliza. Brindamos casi a cada trago, alaba mi rumano y mi actitud amistosa y tranquila - con 22 años y en un país extranjero, remarca varias veces - y se descubre como el timbalista de la orquesta de Marian y señora - Sanda. También él ha recorrido mundo actuando en restaurantes de lujo: Viena, Berlín, París. A los dos les gustaría llegar a España. Quizá este verano, dice Marian, pero acabamos de abrir este restaurante y de momento no funciona.

Seguimos hablando unos minutos, y llega Sanda. Se presenta y me pide con cariño maternal que vuelva por aquí. Me hará sarmale y cantarán. Seguro, seguro. Ahora está también Ludovic, el hijo del timbalista. Ha aparcado su taxi en la otra acera y se toma una fanta de naranja. Habla un poco de música pero pronto debe irse: un cliente le espera en otra parte de la ciudad. Pasan de las doce y me despido yo también. Nos volveremos a ver, claro. Subo a un taxi: a la esquina de Magheru con C.A. Rossetti. Están ya las putas, y el taxista bromea, seguro de qué busca en esa esquina el extranjero perdido. No ha cerrado la puerta del taxi y ya tiene a dos esperando.

jueves, 19 de abril de 2007

Tristessa




La Rumania política decente se levanta hoy triste pero dispuesta a apretar puños y dientes al lado del viejo capitán de la marina mercante. Habían echado a los ministros del PD y a la heroína anticorrupción Macovei del gobierno, y ayer votaron la suspensión del presidente Basescu por desconocidos "comportamientos anticonstitucionales". En su condición de presidente del Senado el excomunista Vacaroiu se hace provisionalmente con las riendas del país, y ya se ha encomendado al vergonzante apparatchik e indecente presidente posrevolucionario, Ion Iliescu. Las imágenes del día son los abrazos y achuchones a Basescu en Piata Universitatsii, y este saludo con sonrisa agridulce antes de bajar del coche. Pero también las comparecencias cómicamente graves de quienes a duras penas pueden revestir de razones su escandaloso rechazo a perder los privilegios de siempre.


Revolutsie


Primavera Rumana




Nueva crónica rumana en Kiliedro.

Forza Base!



Hablaba por teléfono con mi madre caminando hacia Lipscani, donde había quedado con Constantin para comer. A la altura del Teatro Nacional, en el kilómetro cero de la Rumania democrática - libre de neocomunismo, dice el hito -, veo un centenar de personas reunidas y algunas pancartas a favor del presidente Basescu. El Parlamento votaba hoy su suspensión, promovida por los excomunistas del PSD y apoyada por el nacionalista Vadim y el exhumanista Voiculescu. Me despido de mamá y llamo a Constantin: hay que unirse a los basistas. Está de acuerdo, claro, pero no ahora: ha oído en la radio que la concentración empieza a las seis. Comemos plácidamente en Gara Lipscani, y después voy a hacer la compra a Obor. La intensidad imposible de siempre y la ilusión de una gran tarde por delante. Compro para cenar con K, que ha de venir a las ocho. Cuando falta un cuarto para las seis me reúno con Constantin y Cosmin en la esquina de la tienda de Vodafone. El ambiente es excelente, y además el presidente ha anunciado su presencia en Piatsa Universitatsii. Cogemos sitio en el centro y poco a poco se va llenando la explanada. Un par de banderas rumanas, una con el agujero revolucionario en el centro, una de la Unión Europea, mucha gente joven y guapa. ¡Basescu no dimitas! ¡Abajo Tariceanu! ¡Basescu, Basescu! Un voluntarioso orador va calentando el ambiente, y Cosmin está ya completamente entregado a la causa. La multitud llega ya hasta las puertas del Teatro Nacional y al otro lado del bulevar, en la plaza del 23 de diciembre, no cabe nadie. Con media hora de retraso llega el presidente. Sus guardaespaldas le abren paso entre la gente, totalmente enloquecida gritando su nombre. Lleva un traje azul marino, camisa celeste y corbata roja. Tiene el rostro bronceado, y parece como siempre un hombre satisfecho y seguro. Ayudado por el orador sube al rudimentario escenario. Coge el micrófono, pero el griterío no le deja hablar. Un mar de manos dibujando la V de victoria se extiende hacia él, que pide silencio. El discurso es optimista, pero conciliador. Pide tranquilidad y civismo, y que todos vuelvan a sus casa cuando termine el acto. Termina, y la masa se dispersa contenta, confiada, parece, en que la popularidad de Basescu acabará trayendo el triunfo de la decencia. Paseamos felices por Magheru, con Constantin reconciliado con lo rumano después del natural hartazgo de actitudes de nuevo y rico y de vicios bizantinos. Subo a casa en excelente estado de espíritu: ha sido emocionante, y hoy vuelve a venir K. Pero K dice ahora que no vendrá. Gran tristeza, por un momento. Pero no. Saldremos a B-52. Spaghetti, cerveza y el Rapid en la tele. Gana uno a cero y ha estar en la final. No ha venido K y el tiempo de la beca se acaba en Bucarest. No quiero irme ahora, cuando mejor estoy. La tarde se ha vuelto triste, pero es agradabilísima. Constantin envía algunas canciones de The Cure: dulce melancolía.

miércoles, 18 de abril de 2007

Intercontinental


Es una tarde aburrida, y la soledad se vuelve casi tan angustiante como en los peores momentos, en esos dos meses fríos de abandono de la razón y caída libre que fueron enero y febrero. Leo los artículos políticos del profesor Culianu sin poder concentrarme y duermo. Como de costumbre todo cambia en un instante, inesperadamente. Una llamada de E, que me invita a salir con ella y sus amigos al Club A. Nos veremos a las diez y media frente al McDonalds de Regina Elizabeta. Antes voy con V y A hasta el Centro Comercial de Vitan. Nos encontramos en Unirii con L y B, que nos lleva en su minúsculo y simpático Suzuki Vico. Vuelvo a tener ganas de reír, de disfrutar de todos los placeres de la vida. Hasta mis odiados centros comerciales me parecen un lugar posible para la felicidad. A las nueve llego a casa, y me ducho y me afeito con esta canción. Me gusta desde muy pequeño, cuando todavía estábamos en El Pati y me interesaba, Pacheco mediante, por el indie-pop inglés. Me encuentro con el grupo en la parada del autobús de Cismigiu y después del café en Valea Regilor llegamos al Club A. Jóvenes espontáneos, llenos de energía y pofta de viata - apetito de vida -, veo enseguida. Y dos enamorados que saltan y se besan cogidos de la mano por las calles de Lipscani, inmensamente felices. ¡Qué envidia de tan intenso amor! Agradable conversación con E, mucha cerveza y baile eufórico al final, coincidiendo con el folclor rumano, Goran Bregovic y los moldavos Zdob. Se unen a nosotros dos viajeros borrachos, un sueco y un canadiense. Son más de las cuatro cuando inicio mi retirada. Camino de casa me fijo como siempre en las ventanas iluminadas del Hotel Intercontinental, y juego a imaginarme la vida de sus moradores. Desde el piso trece vio Hermann Tertsch en el 90 la llegada por Magheru de los mineros de Valea Jiului. Vestidos con monos y con el casco en la cabeza arrasaban con todo a su paso, y frente a la iglesia italiana apalearon con furia a un señor de gafas vestido con traje - un intolerable símbolo de civilización. Esta noche hay dos luces encendidas. Un empresario maltés insomne que lee a Dickens y arriba un corresponsal americano que se despide fríamente de la prostituta de turno, quizás.

martes, 17 de abril de 2007

Fría brisa de abril




Una brisa fría y ligera vacía las terrazas y frena la euforia primaveral en Bucarest. Las chicas - fetele - han de volver a taparse y las mesas están libres en las caóticas callejas de Piatsa Universitatsi. Cuatro gatos en las de Jos Palarie, en la calle que une la universidad con la iglesia rusa, uno de los lugares de las luminosas pascuas. Haciendo tiempo para la clase de las once me pierdo por el barrio viejo, y llego a Lipscani. Camino por el precario empedrado hasta llegar a la terraza de los mici. Viejas mesas cojas de hierro, cubiertas por manteles sucios y raídos, sillas de plástico sucias, el servicio informal y deslavazado y dos perros dormitando en el descampado de al lado. Está llena, como en los más duros días de invierno: trabajadores de banca encorbatados, pensionistas borrachines, algún estudiante. Al fondo, en la esquina, queda una mesa. Cuatro mici, un Ursus y Evenimentul Zilei. Habla de Miron Cozma, líder de los mineros de Valea Jiului que apalearon a los estudiantes opositores y derrocaron el gobierno del civilizado Petre Roman. Le indultó el siniestro Ion Iliescu - él les había llamado a Bucarest a principios de los noventa para resolver ciertas complicaciones democráticas - en 2004 y le volvió a encarcelar después de las protestas de la comunidad internacional. Cobrará del Estado 10.000 euros por la anulación del indulto, decisión ilegal. Se queja ahora el bárbaro del daño que le hizo tamaña injusticia. Salgo para clase.

lunes, 16 de abril de 2007

La espuma de la vida


Un viejo taxi Dacia nos conduce al aeropuerto de Baneasa. Bucarest está magníficamente primaveral, con su mezcla única de joyas e inmundicias arquitectónicas, como escribió Tertsch. Caos, ruido, sensualidad, agobio. En el minúsculo recinto de playmóbil del aeropuerto decenas de rumanos esperan su vuelo o se despiden de sus familiares. Visten hortera, hablan vulgar y forman las colas de forma atropellada. La concurrencia de Baneasa nada tiene que ver con la de Otopeni: de aquí se va a España e Italia, de allí a Europa Central y del Norte. En la ventanilla para Valencia un hombre de cuerpo orondo y gesto reposado pregunta en rumano quién es el último. Extranjero, pienso enseguida. Mi hermano habla con mi madre y el señor comenta algo en valenciano. Es rumano y lleva ya 25 años en Valencia. Ha venido de visita coincidiendo con las Fallas. Le llaman por teléfono y habla: sí, Mari. Y un micaguenlamar sonoro y rotundo como una naranja. Los pasajeros embarcan y subo el autobús. Antes he comprado Libertatea, Bild rumano. El ambiente invita a sumergirse en el mundo superficial y populachero del infame diario. Vedetes, ricos gordos y satisfechos, amores, escándalos, coches, fútbol y la chica página 5. B es de Targoviste, tiene 19 años, está en último año de Liceo y le gustan la lectura y el cine. Y al lado B, mostrando sus carnes orgullosa, sobre una cama con sábanas de ositos y braguita y sostén de leopardo. La espuma de la vida, que decía Espada, versión chaparral fetén. Y al final un hermoso reportaje sobre la vida de Gabi Balint, futbolista del Steaua y del Burgos, miembro de la Generación de Oro que llevó a Rumania al cuarto puesto en USA 94. Con Belodedici y Hagi formaban un trío inseparable. En las concentraciones dormían siempre en habitaciones dobles con tres camas. Eran tres hombres simples, tímidos y tranquilos, y enseguida congeniaron. Las únicas peleas eran por la música: el rumano nacionalista serbio Belodedici música de aquel país, Hagi tradicional arromana - minoría de origen macedonio de Rumania - y Balint Modern Talking. Y al lado algunas fotos espléndidas, los tres en chándal, junto a un encorbatado Valentin Ceausescu, posando con expresión de campesinos felices en un hotel americano.

Crepúsculo


Te doy una muchacha?, dicen hombres barbudos y harapientos apostados en las callejas tras la Estación del Norte. Impresiona imaginar donde guardarán la sufrida mercancía. El sol declina en Bucarest y el puente de hierro oxidado que atraviesa las vías en la Estación de Besarabia ofrece uno de sus mejores atardeceres. Las vías juntándose a lo lejos, la silueta sobria de los viejos bloques comunistas y los focos del estadio de Giulesti recortados sobre el cielo rojizo. Llego hasta el Carrefour de Orhideea, con el aparcamiento a reventar. Rodeo el recinto y sigo el cauce del Dâmbovita, en dirección al centro. A mis espaldas la luz de las farolas se refleja en el agua, y con el luminoso del Carrefour, el neón rojo de un night club Bilda y el azul eléctrico del cielo regalan un espléndido e inimaginado espectáculo de luz.

Historias de Bucarest

Nace este blog inspirado por el excelente http://paulmoresby.blogspot.com, donde el luminoso australiano escribe sus impresiones de España y de sus estados de espíritu. El título está copiado del irrepetible Historias de Londres, del periodista de El País Enric González. La voluntad es de compartir, ordenar y conservar algunas notas rumanas que de otra forma se perderían en la sección de comentarios de blogs amigos o en una carpeta al fondo de este ordenador.